miércoles, 11 de febrero de 2009

Fotos Jodhpur I





Fotos Ranakpur II





Fotos Ranakpur










3ª Etapa. Udaipur-Ranakpur-Jodhpur

Hoy comenzaremos, muy temprano, un recorrido de 6 horas que nos llevará de Udaipur a Jodhpur, parando en Ranakpur para contemplar los templos jainistas.
Al levantarnos Raúl siente molestias en el estómago. Pasa un rato en el que lo veo bastante mal. Lo dejo en la habitación algo preocupada, por él y por estar así nada mas comenzar el viaje… ¡lo que nos quedará aun por pasar! Salgo lo más rápido que puedo a pedir que le preparen una limonada con la que tomarse las medicinas que llevábamos para estos casos.
Se la subo a la habitación, se la toma y se queda un rato descansando. A la hora parece que se siente mejor, al menos se le ha pasado el mareo, así que abandonamos el hotel camino de una nueva ciudad.
La salida de la ciudad sucede entre un tráfico. Contemplo con pena como dejamos atrás las laberínticas calles de Udaipur. Particularmente me gustaría haberme quedado algún día mas. Los viajes planeados tienen sus ventajas, pero también inconvenientes como este.

Casi sin darme cuenta, cambio ese sentimiento de “tristeza” con el mayor asombro ante lo que comenzamos a ver. Abandonamos la ciudad y comenzamos a adentrarnos en la India rural.
La ciudad deja paso a pequeños caseríos donde la vida transcurre lentamente. En la carretera nos cruzamos con los clásicos camiones hindúes pintados y decorados con todo detalle para lucirlos, pero a su vez protegerlos de las envidias y el mal de ojo. En las aldeas es diferente, apenas carros de madera tirados por bueyes y motos. Las mujeres van en busca de agua con tinajas de cerámica o latón que portan con arte en sus cabezas, otras lavan la ropa, o a sus hijos, en las fuentes. Los niños juegan en la calle. Muchos hombre permanecen tumbados en camastros a las afueras de sus viviendas, otros atienden a sus animales.

Al cruzar los pueblos, contemplamos que cada uno tiene su propio mercado local de frutas y verduras y el clásico bullicio que lo acompaña. Pequeños puestos donde cada uno vende su cosecha. Naranjas, plátanos, piñas, verduras en general… unas son conocidas y otra es la primera vez que las vemos. Paramos en uno de ellos y compramos unos plátanos para el camino.
De repente, al tomar una curva, Mahendra frena su coche, se para en el arcén y nos dice: “mira, mira,..”. Salimos corriendo del coche y encontramos tres árboles a la salida de la aldea con cientos de murciélagos colgados. Murciélagos enormes, no como los que estamos acostumbrados a ver aquí. Estaban ¿durmiendo?, ¿descansando?... no lo sabemos, el caso es que de vez en cuando alguno se movía y estiraba sus alas. Ahí fue cuando contemplamos la envergadura de estos bichos, ¡impresionante!.
No perdemos la atención a lo que nos muestra el camino, amenizado por las explicaciones de Mahendra ante las curiosidades que nos iban asaltando.

Volvemos a parar el coche de nuevo y bajamos para encontrarnos con un pastor que está trasladando su rebaño. Es anciano, pero no podría aventurarme a decir su edad, las condiciones en las que vive esta gente hacen que se avejenten antes de lo normal.

Nos mira con curiosidad, la misma que mostramos nosotros ante él. Viste ropas blancas y un llamativo y enorme turbante rojo que nos llama muchísimo la atención. Verte perdido entre los campos y junto a este hombre parece irreal. Es una pena no poder comunicarnos. Intercambia alguna palabra con Mahendra preguntándole de donde somos, sacamos unas fotos y continuamos.

Apenas a unos cientos de metros otra exclamación de sorpresa. El pastor anterior no era más que la avanzadilla de un grupo de nómadas que esta trasladándose a otra zona.
Nos rodean hombres con la misma indumentaria del anterior, mujeres y niños vestidos con telas de ricos colores en tonos rojos, morados, fucsias, violetas,… Las mujeres y niñas portan innumerables abalorios en orejas, nariz y brazos. Llevan muchísimas ovejas y camellos, donde transportan sus pertenencias y los corderitos mas pequeños que no pueden hacer el camino a pie. Es como retroceder en el tiempo.

Los niños enseguida se acercan a nosotros y les damos las cositas que traíamos de España en previsión de estos casos. Nos miran muchísimo, se ríen, nos piden que les saquemos fotos, tienen un brillo en la mirada…
Continuamos camino a y llegamos a Ranakpur, un pueblo relativamente pequeño donde el mayor interés se encuentra en el complejo de templos jainistas que allí se sitúan. El principal es el de Chaumukha, enclavado en los montes de Aravali, aislado y rodeado de vegetación. Es el mayor templo jainista y uno de los lugares sagrados para el jainismo. Construido en mármol blanco, su particularidad radica en las 29 salas abiertas formadas por 1444 pilares, todos diferentes.
¡La vista exterior grandiosa! Para entrar hay que dejar fuera, a parte de los zapatos, los artículos de piel, tabaco y chicles. Las mujeres no deberían pasar si tienen en ese momento tienen la menstruación . Cumplimos con los requisitos y nos permiten el paso. En el interior vemos como se suceden los pilares, las salas, los delicados motivos exquisitamente esculpidos en el mármol.

Hay fieles orando y otros que se dedican al cuidado del templo retirando del suelo y los techos, con sumo cuidado las telas de araña, con sus respectivas inquilinas, y demás bichititos sin el mas mínimo daño.
En el centro se rinde culto a Adinatha, hay ofrendas de cocos y flores. Pueden tomarse fotos del templo, pero nunca a los dioses. Los numerosos fieles se encargan de advertirte en cuanto te vean, aunque sea de lejos apuntar en la dirección prohibida.

Tras la visita continuamos destino Jodhpur. Por el camino, Mahendra nos muestra las plantaciones de índigo que se suceden en vastos campos a lo largo de la zona. De esta planta se extrae el pigmento de tonalidad añil-azulona con el que infinidad de casas en Jodhpur están pintadas.
Al llegar, lo primero es ir al hotel a dejar las maletas. El hotel es precioso. Nos alojamos en una de las villas que está en el jardín.

Estamos cansados, pero es tal el afán por conocer lo que nos depara la ciudad que una vez registrados en el hotel salimos hacia el centro.

Mahendra nos deja junto a la Torre del reloj y quedamos con el unas horas después para que nos acerque al hotel.
Durante este tiempo nos dedicamos tan sólo a recorrer la zona del mercado de Sadar. Está situado junto a la Torre del reloj y es el centro del bullicio de Jodhpur y la puerta a la ciudad vieja. Es una zona relativamente concentrada, con innumerables estímulos visuales, sonoros y olfativos. Paseamos entre los innumerables puestos. Un zapatero de ofrece a pegar la suela de una de las zapatillas de Raúl, que está ligeramente despegada en una esquinita. La gente nos saluda, nos piden que nos saquemos fotos con ellos, un niño se acerca para hablarnos de la tienda de especias de su familia. Le decimos que luego vamos, pero el, por si acaso, nos acompaña todo el rato para que no se nos olvide nuestra “promesa”.
Hacemos parada en un puesto de incienso. Hay de todo tipo de olores. Mientras nos decidimos, a los vendedores les encanta entablar conversación con nosotros, cosa que lejos del asombro de los primeros días ya vemos totalmente normal. Olemos muchos, hasta marear, y al final nos decidimos por vainilla y azafrán. Nos gustará llegar a casa y que al olerlo nos transporte a los días que estamos viviendo aquí.

Continuamos nuestro paseo entre los puestos del mercado y al final llegamos a la tienda de especias. Era un objetivo. Cuando llegue a casa quiero experimentar con las recetas indias y para ello, se hace imprescindible.
Entro a la tienda y me quedo allí probando, oliendo, mirando, negociando… mientras Raúl sigue por el exterior sacando fotos. Tras casi una hora de conversación, compro azafrán y numerosos masalas (mezclas de especias para distintos usos).
Salimos otro rato mas a pasera y desde la tienda nos advierten de que tengamos cuidado con las mochilas, porque entre la aglomeración de gente podemos ser objeto de robo. ¡Si antes nos advierten antes sucede! No habían pasado mas de 5 minutos cuando observo a una jovencita de 14 o 15 años, con un niño de la mano, sospechosamente cerca de la mochila de Raúl. Me acerco y ahí la veo con la mano abriendo una de las cremalleras. Ante situaciones así uno reacciona sin pensarlo, solo se que en el momento me ví con la mano levantada y dándole un toque en el dorso de la suya a medida que abría la cremallera (como cuando se le da un toquecito a un niño pequeño) En seguida retiró la mano, me miro y se fue cambiando de dirección. Aunque este fue el único atisbo de robo en todo el viaje, os aconsejo que para pasear tranquilos lo mejor es llevar la mochila con un candado pequeño. Los de combinación son comodísimos por prescindir de la llave para abrirlos. Nosotros usamos los mismos que para las maletas.

Así que los sacamos, se los pusimos y seguimos disfrutando del paso totalmente relajados.
Junto a la puerta de la ciudad antigua conocimos a un chico que en un puestecito ambulante se dedica a hacer tortillas. Estuvimos un rato hablando con él, era muy simpático y nos decía que estaba ahorrando porque quería conocer España. Nos invitó a probar una de sus tortillas, pero no era recomendable para Raúl y yo, por si acaso, tampoco quise probarlas.
Entre tanto, un grupo de dos niñas y un niño de unos 10-11 años se nos acerca y se ponen a hablar con nosotros en inglés. Practican lo que aprenden en el colegio, preguntándonos de dónde somos, nuestros nombre, el nombre de nuestros padres y madres… son de lo más gracioso. Nos preguntan que si tenemos bolígrafos, pero lamentablemente, todos los que llevaba en la mochila los he ido ya entregando a lo largo del día. Les pregunto que donde viven y me dicen que justo allí, en una casas cercanas donde están sus padres dedicándose al tejido de esteras con juncos y mimbre y hay innumerables vasijas de barro en el exterior. Les prometemos que al día siguiente volvíamos a pasar por allí y les llevaba los bolígrafos. Nos miran con una sonrisa enorme y empiezan a sacar sus cuentas para decirnos a que hora estarían de regreso del colegio en casa y asegurarse de estar allí para recibirlos. Nos insisten en que no lo olvidemos de ir, que es una promesa. Nos despedimos de ellos y les dejamos con sus sonrisas y la esperanza de volver a vernos al día siguiente.
Nos encontramos con Mahendra para llevarnos al hotel. Decidimos cenar allí porque tenía muy buena pinta y porque estábamos cansados para ir en busca de un sitio decente en el que comer.

En el hotel, ya relajados, nos sentamos a disfrutar de la noche, con una temperatura magnífica, en una de las mesas de la terraza del hotel. Con música tradicional en directo, junto a una fuente… ¡El paraíso!
La cena, algo cara por ser en el hotel, pero genial. Pollo tandoori, unas papas asadas y con requesón, salsas, chapatis… eso yo, Raúl que había pasado esa misma mañana por sus problemas de estómago, pidió solo arroz.
Casi terminando la cena se nos acerca un hombre de unos 50 años, alto y con bigote. Muy bien vestido con ropas tradicionales y, de entre todas las mesas que había ocupadas, nos pregunta si puede sentarse con nosotros. Le decimos que si, pero entre nosotros nos miramos queriéndonos preguntar ¿Y este hombre quien es?.
Empieza a entablar una conversación con nosotros y comienza preguntándonos si la cena esta a nuestro gusto. Le comentamos que si, pero que Raúl casi no ha podido cenar, aunque se encuentra bien, prefiere esperar, por si acaso, a comer hasta la mañana siguiente.

Nos pregunta si ha tomado alguna medicina. Le digo que si, que traíamos pastillas de España y que además había tomado zumo de limón. Con cierto asombro nos pregunta que si en España la gente toma limón cuando esta enferma del estómago. Le decimos que si, que aquí es normal. El nos contesta que allí eso es impensable, que el limón arremete más al estómago, en lugar de curarlo así que nos ofrece un remedio casero que se usa allí y a el se lo daba su abuela consistente en una mezcla de arroz, lentejas y una salsa de yogurt. Raúl, con el hambre que tenia ya sin comer en todo el día, accede y acepta la proposición.
Nuestro invitado misterioso levanta la mano y enseguida tiene a un camarero junto a el. Le pide la comida y aunque ya la cocina esta cerrada se va a prepararla. Es ahí cuando comenzamos a sospechar que este hombre no era un cliente mas, sino que tenia algo que ver con el hotel.

La curiosidad nos puede y le preguntamos, a lo que nos contesta que el hotel es propiedad del actual Maharajá de Jodhpur y que el es su hermano. Vive en otro palacio en Ranakpur y también posee allí un hotel, el Rawla Narlai, pero ahora está de visita en Jodhpur y se aloja en el hotel de su hermano.
Unos instantes mas tarde, traen la cena de Raúl. Arroz, yogurt y lentejas estan preparados por separado, pero deben mezclarse para comer. Sigue sus instrucciones de cómo hacerlo y al menos pude echarse algo al estómago. Es una mezcla extraña pero esta buena.
Continuamos conversando con él en ese lugar tan agradable y un rato después nos dice nos deja para ir a cenar y que disfrutemos de la estancia allí.

Así terminamos un tercer día intenso y como veis, con mucho para contar.